Nuestro tiempo, el de la sociedad desvinculada, vive una ruptura inédita en la historia de la humanidad. Se trata de la ruptura antropológica, que significa la destrucción del reconocimiento de la naturaleza humana ocasionada por unos grandes vectores.
Desde esta perspectiva, la maternidad no se vive, a veces, como una realización natural de la dimensión material, física y psíquica de la mujer, sino una opción más entre otras y, además, vista con reserva, cuando no con oposición, porque implica un abandono temporal de la dimensión profesional, y un supuesto “supeditarse” al hombre. Ningún banco de óvulos devuelve la vitalidad de los 25 años a una mujer de 40, 45 o 50. ¿O no?
Mucho más importante que el blindaje constitucional de las pensiones, que no digo que no se tenga que hacer, es la promoción de la maternidad, la paternidad y la familia como modos de incrementar la natalidad. ¿Que ya se encargará la inmigración de tener hijos? Eso es como decir que mantenganos a una serie de países en la pobreza y el subdesarrollo para que sean esos países los que provean de personal sanitario, de conductores, de personal de cocina, de protección civil, de mano de obra y de un largo etcétera. Una parte de la sociedad de hoy, estimulada por los medios de comunicación de masas, se engaña a sí misma.
El amor al país o región empieza por querer que el país se perpetúe, y la promoción de la maternidad, la paternidad y la familia es todavía mejor que subvencionar la natalidad para alcanzar este objetivo.
A continuación, a modo de colofón, la excelente intervención de la historiadora María Elvira Roca Barea en la que reflexiona sobre la maternidad, la paternidad, la familia y el medio rural.¡Aunque el problema demográfico no solo es rural y desde hace años es ya patente en las ciudades!
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